domingo, 8 de noviembre de 2009

La comida

Mientras escudriñamos las ruinas, buscamos la palabras con la exactitud de un niño que aprende a hablar. El día fue gris y lluvioso, pero mantuvimos en el regazo las palabras exactas para no herirnos. Habíamos constatado por la mañana que los muertos no hablan, sino dentro de nosotros, pero aún así les habíamos puesto flores. Una pareja caminaba indiferente por aquella Plaza de España desvastada, indiferentes a cualquier infancia. Ellos no habían pasado sus días jugando, aprendiendo a andar en bicicleta. Las primeras caídas, los iniciales contactos con los otros. Comimos bien, habíamos paseado, no le pedíamos nada al día: de la Plaza de España a Catabois, de aquí al Muelle, Anca, comprobando que seguimos aquí, cercanos, canosos. El paso del tiempo, midiendo los silencios, practicando la ternura. El millonésimo repaso a la infancia, la repetición de la sonrisa.¿Cómo vamos creciendo? Teníamos un mero de plástico en la bañera, jugábamos al fútbol en el pasillo. ¿Cuántas veces habremos paseado por las mismas piedras, por los mismos rincones y calles? Hay partes de la ciudad que son como cuchillos para nuestra memoria. Nos besamos y abrazamos en un intento de llenarnos de energía para seguir adelante. Congelamos el cansancio, la fatiga de recordarnos. Nuestras personalidades a prueba. Vamos sabiendo cuándo hay que dejarlo, luego volveremos a nuestra soledad y a nuestros delirios personales. El día fue en todo momento gris amenazante.
No hay familia sin repetición: ”Te acuerdas cuando se te hinchaba la cabeza?”, ”Le rompiste la clavícula a Enrique”, ”Te hinchaba la mano y te llevé al colegio”, ”Confundiste la luna con la tierra”, como hoy, que pregunté ¿Cuándo nací, en primavera, verano, otoño o invierno? Y todos estallamos en una carcajada porque hoy era mi cumpleaños. Cosas de Pedro, que está loco.

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