lunes, 26 de octubre de 2009

Una presencia casi real

Y se puso a mi lado, mientras desgranaba el hojaldre que caía por mi boca.
El se reía de forma ladina tapándose, con la palma de la mano, su boca, sus dientes agarrados por un puente.
Siempre desaparecía y se escondía, como un niño. Un niño de pelos canos. Un niño travieso.
Seguía a mi lado y ya no me quedaba merengue. Parado entre mucha gente. Quieto y travieso. Por momentos desaparecía. Duró lo que dura el merengue y la travesura. Mi padre y yo.
-¿Cómo son los muertos, padre
-Menos complicados que los vivos.
-¿Porqué?
-Lo saben todo y no tienen miedo. Ellos aterrorizan a los demás.
Mi boca sabía a merengue y a vida. Caía la noche de invierno.
-¿Mamá sigue allí en la ventana?
El ya se iba. Me dolían los ojos por retenerlo.
-¿Ya estas tranquilo?, le grité
Comprendí que a donde quería llegar era al silencio.
Los muertos habitan en un lugar, al que se le ha suspendido el tiempo.
Allí donde nuestros lugares desaparecen y los pasos quedan escondidos bajo tierra.
Pensé que eso era el luto, la ausencia recobrada por momentos. Una presencia casi real.

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