martes, 27 de octubre de 2009

habitacion 241

No me devuelvas tantas miradas. Habitación llena de ojos. No hay olvido físico. Disimulo, dentro de la habitación. Para donde miro el espejo me devuelve el tiempo. Bromeo. De frente parece que el tiempo no pasa. El castillo se desmorona. Tantos espejos no pueden ser buenos. Cuento hasta seis, grandes , pequeños, espejos puertas, tipo lupa. Están preparados para fotografiarte. Como contrapunto, el balneario. ”Hay que ralentizar esta decrepitud”, me digo. Un masaje, un baño. Menos mal que no hacen una radiografía del cerebro. Espero que él esté joven. La gran madre de todos los espejos en el cuarto de baño, enorme, insultante. Me escudriño para perdonarme. Pero todo está preparado para desconocerte y darte un baño de salud. Busco la ropa salvadora que tape tal desaguisado.
Intento guiñarme un ojo de complicidad. ¡Un grano en la cara! ¡Un grano perpetuo! ¿Quizás una limpieza? ¿Para qué? Mañana persistirá el desastre. No tienen piedad. Soy una geografía caótica. Para donde miro ¡YO! Un insulto a lo común. ”Bueno, les pasará a todos”, me digo. Pero todos no esta allí.
Espejos paridos por la gran madre baño. Solo el retrete nos salva de esta bomba atómica.
Busco compasión en el amor y le interrogo:
-Los espejos mienten ¿verdad?
-Si hombre, no estás tan mal. Te lo digo yo.
¡Salvado!
Una vez solo, el insulto continua. Todo está calculado para el escupitajo. El espejo te preña de ego. El ojo cíclope pequeño y baboso aumenta tu cara, hasta límites lunares. El TAC-espejo viaja por tu rostro, tus poros como dedos. Introspectivo. Patas de gallo. ¡Socabones! Tengo que hidratarme. Me falta agua.
Balneario salvador, regenérame. Arruíname, pero devuélveme la juventud.
No sé a que espejo preguntarle: ¿Quién es el más joven y guapo del lugar? Mudo y cruel.
Curarse es olvidarse de sí mismo por unos instantes. Aquí es imposible. Primero te destruyen y después… el paraíso. Todo para volver a sudar.
Bajo a recepción nervioso. Quiero un tratamiento completo. No me importa lo que valga.
La mirada de la recepcionista y su voz mecánica no se apiadan de mí. No hay nada garantizado. Le condeno a una vida saludable a perpetuidad si tiene usted suficiente dinero. La salud en balneario es racista, discriminatoria. En el recibidor del hotel, dos jarras de agua te señalan tu punto de inflexión: agua con menta, agua con limón. Primero límpiate por dentro, después te abrillantaremos la carcasa. El desierto de tu cuerpo, vislumbra un oasis. Vender el alma al diablo. El diablo convertido en menta o limón. El que es la cara b de Dios. El balneario es la unión de las dos caras, la unidad completa. La iglesia de los fieles con pieles tersas y bronceadas. El eterno femenino. Aquí abajo la habitación ya no me mira. Los espejos guardan mi cuerpo en la habitación. Son los policías secretos de la salud. Confesores del yo. Cada espejo, depende de su tamaño, te puede quitar puntos.
Por exceso de carne, 5 puntos. Por poco culo, 4 puntos. Por manchas en la piel, 3 puntos. Al final te quitarán el carnet, te convertirán en la excepción.
El minibar también escupe:
“El contenido de este
Minibar puede ocasionarle
Una sed irresistible”.
Sed, agua, espejos. El agua es un espejo líquido. El espejo es la mirada de esa mujer que nunca te quiso. Te dijo que no te quería un día de sopetón y te quedaste líquido, solo. Desapareció de repente el calor de la comida, tu rincón amaestrado por los años. El espejo te devuelve un homeless, hecho harapos. Pides una limosna al tiempo, una espera a tu imagen.
Bajé a la piscina exterior, barata, reparadora, fresca y salina. El agua es una caricia líquida. Temeroso del frío, septiembre traidor, me sometí al coito acuático, mientras observaba que la barriga no sobrepasase el bañador. El agua me aceptó, y yo me acepté. Te sientes también después de la reparación por agua que ya estas preparado para el último asalto. Una gran cena derrochadora, que pondrá a prueba todos tus botones y tu vientre elástico. Después el despilfarro en el casino. La boca hambrienta del diablo. Su infierno líquido. Todo allí es acuático. Son los zapatos de cemento que te dejarán clavado en el fondo del mar, sucio y mudo. El agua bautismal ahora aliada de los espejos se vuelve cara y traidora. El espejo presiona al azar y a la suerte.
A la mañana siguiente roto y destrozado crucé el desierto del hall, mientras los guardianes-maquinas del balneario, escupidoras de agua y Acuarius, susurraban mis vergüenzas expulsándome al mundo y me devolvían a la ciudad, enfermo y convertido otra vez en un cualquiera.
Un gran cartel rezaba:
“Canjee sus puntos
Por regalos con la
Tarjeta de fidelización”. (Septiembre,2009)

No hay comentarios:

Publicar un comentario